De garrochas, lazos y cuchillos
Brindo dijo el carretero
por la garrocha y el clavo.
Si el toro me sale bravo,
saco el manto y lo toreo,
saco el lazo y lo laceo,
saco el cuchillo y lo capo,
echo las bolas al saco,
las pongo al fuego un ratito,
las aso... y me las pito.
Por Arturo Lavín Acevedo. Envíe sus comentarios a editor@caballoyrodeo.cl
¡Qué lindos versos! Acampaos. Marcan la idiosincrasia profunda del verdadero guaso. ¡Que salvajada más grande! ¡Hasta con visos de canibalismo! Diría un ambientalista cualquiera o alguno de éstos guasos verdes de ahora. O como dice un tío, al que no le gusta comer escritas, "eso es como comerse la fuente de la vida". ¡Pero puchas que son buenas! Adobaditas y al vapor, con harta cebollita en mechas y bien aliñaditas. Con pancito recién cocido... ¡Mmmmm!
Los traje a la memoria a propósito de las festividades patrias y de lo que he escrito últimamente. Claro... cuando todos se preparan para la celebración. Por estos días muchos se acuerdan que existen cuecas y tonadas y está como de moda que, un buen lote, especialmente de chiquillos, se vistan de guasos y chinas. No se puede faltar al desfile en la plaza de armas y, en familia, a alguna fonda a comer empanadas y a tomar chicha o vino. ¡Si no, no se es bien chileno! Viene como un reventón de chilenidad. Aunque sea por un rato. ¡Pero si al final toditos terminan bailando cumbias!... ¡Los más acampaos! ¿La juventud?... ¡Casi puro en gringo! ¡Y muchos aún con el traje de guaso puesto puhh iñor! ¡Claro... es que hay que ser bien chilenos!
¡Casi apabullante! Como que hostiga ver tanta tradición desatada. Un turista cualquiera, que esté de visita sólo por estos días, se debe volver a casa pensando: "¡Que pueblo con tradiciones más arraigadas!". Lo que no saben, y seguramente no son capaces de percibir, es que es pura moda. Claro... por que es mucha forma y muy poco fondo. ¡No es que lo repune! ¡Menos mal que hay algo! ¡Algo que sea!
Pero... lo que a muchos ni se les ocurre pensar, es que hay muchos chilenos, y paradójicamente talvez los más chilenos que van quedando de todos, que las fiestas las viven de manera muy diferente. No viven cerca de un pueblo, no tienen televisión y si la tienen la usan poco porque generalmente es a batería, no leen los diarios por que no les llegan pa?onde viven, la radio a pila la encienden a lo más para los cataclismos y para alguna partida de pelota o, para los "puros mejicanos". Bueno... algún algo del extranjero para no ser tan excepcionales. Si no fuera así, serían purísimos, y eso ya va siendo casi imposible. Son, como podríamos decir en propiedad, casi totalmente refractarios a los medios. ¡Se les están escapando! Menos mal que los propagandistas no se han dado cuenta. Si no, ya les habrían regalado un celular para tenerlos algo a la mano. ¡Es que no puede haber tanta gente fuera de onda!
Bueno... con estos viejos fuera de onda pasé este dieciocho. La cosa jué más o menos así. Me topé, por pura casolidá, con Don Leute y Don Cache un día cualquiera. Poco antes de las fiestas. Por supuesto nos tramamos a conversar un rato. Al referirnos a que íbamos a hacer para las fiestas patrias, salió el convite y el acuerdo. Yo les dije que tenía rodeo el viernes y sábado. Ellos me dijeron que en esos días estaban convidados a una capadura. ¡Puchas!... ¿Y se podrá mancornar las dos cosas? Facilito. El jueves y viernes, capadura. El sábado, que es día de trabajo, al rodeo. Claro, en la tarde no más. Pa'l puro Champe. El domingo, pa'la misa, los devotos, y para recomponer la maquinaria e'l cuerpo, los demás. Así, comprometidos, nos despedimos.
La cosa fue que un primo de On Nica, que tiene una "propedaíta" pa'la montaña, por el camino a Molco antes de llegar al río e?Oña Toribia, tenía que hacer junta para capar una treintena de ternerones que ya se le estaban pasando. El campito linda con la plena montaña y, como las cercas no son ná muy católicas, se le estaban pasando para el vecindario y empreñando vacas, vaquillas y terneras de los vecinos, según las fueran encontrando dispuestas. A algunos de los vecinos, que tienen su torito escogido, no les estaba pareciendo ná muy bien el barajuste, así que estaban exigiendo corte general de tabaqueras. Así que los dos días grandes seguidos venían como anillo al dedo. Entre la familia del dueño de los "propasaos" y los de aquellas de las "perjudicadas" harían el mingaco. Claro... sus cuarenta a cincuenta personas... sin contar a los convidados del pueblo. ¡Más una caterva e?perros tamién!
Claro... sesenta bolindrocas, no muy chicas, igual no iban a alcanzar, así que el jueves, mientras los "hombres" rodeaban los animales, las "mujeres" prepararían algunos "flecos" más. Un corderito lechón, un verraquito maltón, que ya estaba dando su media lata de manteca, y un par de pavitas pa'cazuela, fueron designados para el sacrificio en honor a los dioses. U sea... p?a nosotros mesmos. Cualquier algotra cosa que faltase, quedaría en manos de la parvá de ñiñas que iban a estar presentes.
La cosa prencipiaría el jueves de mairugá. Con ocho de a caballo y su docena de gallos a pie. Estos con garrochas largas y un mundal de perros de toitas las layas que se puedan imaginar. Claro... la tupición es grande y los lobos al poquito de apurarlos se enmontan al tiro. La única manera de sacarlos a lo descampao es de a pie y a puro perro. No se puede entrar a caballo entremedio de tan tupido ramaje. Todos los de a caballo con lazos, de a ocho o de a doce. Firmes como cables. Lo más seguro es que alguno de los cerriles tenga que llegar enlazao al corral. A veces, con doble lazo pa?ilante, pa?que lo arrastren los caballos del pegual y con un tercer lazo pa?tras, para evitar que embista a los arrastradores. Por supuesto, en estos casos, varios de a pie con las garrochas ensartándoles el culo y varios perros mordiéndoles las corvas. Es la única manera de hacerlos andar cuando están totalmente ensoberbiados y empacados.
Salimos los pueblerinos como a media mañana. Don Cache y don Piolo se habían ido más temprano con don Nica. On Nica estaba comprometido a salir de a caballo a la rodiá. Así que yo pasé a buscar a don Leute y a don Sato. También, a la saliíta pasamos a buscar al deutor Moya, el que había manifestado su interés por ver como se "operaba" así, a toíto imperio.
El camino es bien recovequiao, con hartas subidas y bajadas. Pero, por lo menos en este tiempo del año, sin el polvaderal que se levanta en el verano. La conversa entre on Leute y el doctor ayudo a que se nos hiciera más corto. Yo manejaba concentrado en el camino y on Sato, a lo más, decía un si o un no, cuando mucho, un "mirenvé oiga". Le tupieron a las técnicas de "operación". On Leute describía las que él conocía; a l?uña, di?un solo tajo, descapullando y desbinzando y ruñendo la binza a puro diente o una vez desbinzado torciendo la tripa hasta que se corte. Cuando le describió el "desinfeuto" que se les aplicaba en la herida; sal con ají bien picante, el doctor lanzó una carcajada y soltó; "¡Puchas, parece que son medio abrutaditos como médicos!". ¡Como nos echó Dios al mundo no más! le retrucó on Leute.
Cuando llegamos ya estaban en el corral la mayoría de los animales. Tempranito habían rodeado todo, peinando el terreno. Los que iban a perder las presas y el resto también. Así era más fácil llegar con ellos al corral, con los más mansos incluidos en el piño. Les habían quedado, según las cuentas, seis ternerones para el rebusque y a eso se habían encaminado los campañistos, vaqueros y simples oficiantes del día.
Don Cache y on Piolo estaban sentados a la media sombra de un peumo, frondoso y tupido. Daba casi frío en la parte que sombreaba bien. El día, se puede decir, que estaba tirando pa?caluroso. A too sol atacaba ligerito el fiebre por la calor que hacía. Por supuesto que le estaban haciendo a sendas cañas de chicha cocida, dulce y pringosa. En las vigas del corredor colgaba el verraquito ya pelado en agua caliente y destripado para que se orease. El lechón despresado en la carnicera esperaba la braserada que ya se estaba preparando bajo las horcajas en que se afirmarían las varas asadoras. Ese día el menú era cazuela de pava y cordero asado. Pa'l viernes, prietas, arrollado caliente con papas parás, sopaipillas, chicharrones y bolitas rebosadas pa?la tarde. Pebres de varias layas, ají machacado en piedra con harto ajo, ensaladas y aliños varios. Todo acompañado de pancito recién cocido al horno, tortillas al rescoldo y, por supuesto, un pipeño de majuelo, cabezón, acre y grueso como sangre de toro. Amén de la chicha que estaba disponible en forma permanente por si alguno quería apagar la sed o matar la dibilidad con un harinao.
Ligerito hicimos lote. Acercamos unas bancas hacia donde estaban los otros y nos instalamos a conversar. Al poquito rato aparecieron unas chicuelas con una mesa y sendos platos para cada uno. Un cocimiento o chanfaina hecha con todos los interiores del cerdo, del cordero y de las pavas. Los platos casi rebosaban. Eran casi como un almuerzo completo. Todos pedimos ajustar la carga, menos don Sato que se tramó al tiro a palearle a la boca. ¡Puchas que está picante!, fue lo único que comentó mientras le fue dando el bajo. Ni se le menió el moño y de seguro que se habría ido con otro si se lo ofertaban. Lueguito se le perló la frente con gotitas de sudor, por el puro ají. Los dos con el doctor pedimos cambio de menú. El matasanos se fue con un potrillo de mote con arrope y yo con una agüita con harina no muy espesa, con una cucharadita de miel, más para la sed que para el hambre.
Redepente empezamos a sentir un chivateo que venía de los potreros donde se hacía el rebusque. Todos paramos la oreja. Venían cinco de a caballo con dos de los ternerones faltantes. Unos chiquillos corrieron a tomar sus garrochas y a ponerse en los lugares precisos para hacer entrar a los lobos al corral. Uno, que las hacía de portero, gritaba: ¡Avísenme cuando estén cerca para abrir la puerta a lo justo! ¡Qué si la abro mucho antes capaz que se me julla alguno de los que están a?entro! ¡Así que vivo el ojo pus gallos!
Cuando ya estaban cerca, uno de los de a caballo picó espuelas y, adelantándose al arreo, se ubicó de travieso en el callejón para endilgar la yunta hacia la puerta del corral. ¡Oye Beño! le grito al chiquillo portero. ¡Métete pa?l corral y arriconái el piño pa?que puéan dentrar los que vienen sin que se nos salga ni?uno! ¡Guarda eso sí, que viene uno medio isolientao! Los ternerones, de casi trescientos kilos, venían totalmente avispaos. Uno, al que ya se le estaba notando la cara enrulada, como de toro hecho y derecho, venía como buscando a que embestir. Al notarlo, varios de los chicuelos menores pusieron pies en polvorosa. ¡Pa'onde arrancan sus mierdas!, les endilgaba el de a caballo muerto de la risa. ¡Miren que laya di?hombre van a salir estos mocosos! ¡Escondíos como conejos en sus cuevas! ¡Habráse visto!
La cosa fue que los recién llegados vieron al resto de los animales adentro del corral y traspasaron fácilmente la puerta. El Beño, algo preocupado por las advertencias, al ver que ingresaban como que se relajó y levantó la garrocha que mantenía en ristre. ¡Para mal de sus pecados! El ternerón avispao, se dio cuenta de su presencia y a cabeza gacha se abalanzó en su contra. A los gritos el muchacho alcanzó a reaccionar. ¡Justo! El ternero le pasó raspando en el primer envión. Miró, con algo de desesperación, y rajó a protegerse detrás del bramadero. Lo único que había en medio del corral como para defenderse. Ahí nos brindaron un hermoso espectáculo. El animal embistiendo y el muchacho haciendo lances y esguinces para esquivarlo. Sólo ayudándose por el estacón y el culo de la garrocha. Fueron sus seis a ocho embestidas. Hasta que el de a caballo entró y garrocha en mano las emprendió contra el embravecido. Quiso éste como embestirle, pero prefirió adentrase en el piño.
El Beño corrió hacia la puerta gritando que se la abrieran. Como no había nadie cerca la tuvo que abrir el mismo. No le fue fácil, ya que el corral tiene una bajada desde la misma puerta, lo que dificulta abrirla desde adentro y sobre todo de a pie. ¡Puchas que son comedíos los guevones! ¡Me ven too apurao y ni se mueven sus lindos! ¡Puchas la payasá! ¡Seguro que las voy a hacer de portero pa?la otra! ¡Váyanse buscando al tiro a otro jetón! ¡Lo que es yo, ni por plata! Así siguió refunfuñando su buen rato. Los demás, para decir verdad, muertos de la risa. Por supuesto que eso amostazó más al muchacho.
Uno de los arreadores le espetó. ¡Oye Beño! ¿Pa'que rezongai tanto ohh? ¡Si el ternero l?unico que quería era darte un besito! ¿Y como a la Anita Clara no le sacaí ná el quite cuando te estira la trompita? ahh? ¡Ya gallo... no te propasís mierda! ¡Que yo tamién pueo hablar! El hablantín se calló porque parece que había ropa tendía. La chicuela a la que pretendía estaba presente y sus padres también. Pero no sabían nada de los amoríos de su hija. Era mucho riesgo el seguir hablando.
Los jinetes se apearon, soltaron cinchas y movieron las monturas para aliviar a los caballos que chorreaban sudor. Estiraron las piernas y se acomodaron la faja y los pantalones. Ligerito se acercaron a refrescarse con un potrillo de chicha o una caña de agua con harina. Aprovecharon de pedirle a otro muchacho que fuera a buscar una yunta de bueyes. ¡Oye Mañungo... anda a uscate los güeyes nuevos que están en el corralón! ¡Los nuevos pus gallo! ¡No vaí a treer los viejos... esos son muy pesaos y los poemos cortar si los hacimos correr mucho! Es que on Nica con los otros tienen a otro guacho enlazao y nu?ay quien lo puea mover. ¡Ni con garrochas ni con perros se mueve el puta! ¡Ansí que querimos ver si sigue a los güeyses! ¡Pero por vía tuya... apúrate pus gallo!
Llegados los bueyes los jinetes volvieron a montar. Tres de ellos agarraron galope corto y los dos restantes se fueron al tranco con los bueyes de arreo. ¡No se embromen demasiao pus gallos! Alcanzaron a advertirles antes de perderse en el monte.
Ya teníamos tema de conversa. Los detalles de los acontecimientos dieron para su buen rato. Hasta el afectado, el Beño, se incorporó al grupo. Claro... después que se le pasó el enojo.
Mientras tanto, el chicuelamen había puesto las mitades del lechón a las brasas y el tufillo llenaba el ambiente. Por supuesto que se requirió un traguito para irse preparando. Para ir haciendo "estomo".
Entuavía nos falta su güen poco.
Arturo Lavín Acevedo, Cauquenes del Maule, septiembre del 2008.
Noticias Relacionadas

Un resumen de las actividades de los Criadores de Aysén y sus ilustres visitas

Los premiados por categoría de la Expo Coyhaique 2025

Melipilla tiene disponible la venta de abonos para Clasificatorio Zona Norte
