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Rebuscando la punta´e l´ebra (II)

Una columna de opinión de Arturo Lavín.
Autor:

Rebuscando la punta'e l'ebra (II)

Por Arturo Lavín Acevedo,  alacolemu@hotmail.com

  • Lea la primera parte de este columna.

Para trenzar el lazo parejo no se puede quedar atrás, ni tampoco flojo, ningún tiento, así que, habrá que ir haciendo otras precisiones.

El tipo de caballo influyó en la formación de los jinetes que, con la escuela traída de España, la de los caballeros de ambas sillas, la brida y la jineta, como base o fondo, tuvieron que evolucionar de acuerdo a las características del medio y de los caballos que tenían a mano, ya influenciados por el medio natural donde nacían y se criaban.

En las serranías andinas, con un caballo más entregado, más manso y con un terreno esencialmente variable, donde tan pronto se podía acelerar como se tenía que frenar y volver, fue naciendo la escuela guasa. Muy adscrita a la vieja jineta. Un caballo puesto en la mano pero, básicamente, en las piernas. Estribando corto y con las piernas muy cerca del cuerpo del bruto. Por si acaso el avío o enjalma se enanchaba y a las piernas se les hacía más difícil el contacto con los flancos del montado, alargaron el pihuelo y aumentaron el tamaño de la rodaja para no perder la base de su forma de montar.

En las pampas, donde la distancia a recorrer era el desafío, se inventa un recado grueso y blando. Muy práctico además, ya que servía de cama en la pampa. Pero esto, condiciona la forma de montar, con las piernas más alejadas de las costillas y, por ende, se centra el manejo de la bestia en la boca, se hace un caballo más en la mano que en las piernas. Es decir el gaucho se acerca más a la escuela de la brida que a la de la jineta. Además, se acendra, tal vez demasiado, el uso de una ayuda accesoria o externa como el talero, que, si bien puede ser práctico, con todo respeto es la negación del manejo sutil que un buen jinete debe ser capaz de lograr de su montado. Por lo menos de acuerdo a todas las reglas de lo que se llama equitación fina. Volver un caballo a talerazos por las quijadas, no es muy fino, ecuestremente hablando.

Claro que todo tiene su explicación. Si el gaucho nace domando baguales cerriles, a los que tiene que "cazar" (bolear o enlazar), sujetar, ensillar y montar en terreno abierto hasta donde se perdía la vista, muchas veces solo, por lógica tenía que derivar en una lucha de potencias, el caballo cerril y el hombre rústico. Los dos queriendo, primero, sobrevivir y segundo, dominar. No había tiempo ni modo para sutilezas, al menos en los comienzos. Pero los comienzos generalmente marcan ciertas formas o normas iniciales que tienden a perdurar, a pesar de las posibles evoluciones posteriores, aún sin quererlo, improntan. Así el gaucho, claramente más que el guaso, en promedio, fue más pegado a los pellejos, por necesidad. Y de esto hizo un orgullo tal que, a lo mejor, le pasó la cuenta con el tiempo. Ya lo veremos.

Por si acaso, voy a precisar algo. No vaya a ser que algún hermano de allende los Andes vaya a creer que estoy denigrando a su arquetipo ecuestre, el gaucho. No, si hay ejemplos notables de que el gaucho pampeano era capaz de sutilezas que el guaso, o tuvo marginalmente, o no las tuvo nunca.

P?a pura mostración, como dice on Leute, vamos viendo. El gaucho fue capaz de usar las madrinas, a las que toda su tropilla tenía que seguir a la sí o la no. Un caballo gaucho tenía que ser capaz de encontrar su tropilla por el rastro o el sonido del cencerro de su madrina así no fuera desde varias leguas de distancia. Eso es más propio de un perro que de un caballo, pero el gaucho lo hizo su costumbre y eso es pura habilidad, capacidad de adiestrar. Que la tropilla "se parara" cuando el gaucho extendía su lazo desde el cuello de la madrina a su mano, todos tocándolo con el pecho, para que el jinete escogiera su remonta, en plena pampa, sin ningún cierro que ayudara, es otra manifestación de sutileza en el adiestramiento. Pero a pesar de todo esto, por alguna razón, el gaucho nunca fue tan sutil con la boca de su montado como lo fue el guaso. Tampoco se vaya a creer que todos los guasos eran capaces de "hacerle la boca" a un caballo en forma sutil. Hubo una caterva de guasos abrutados que deben haber sido los promotores de todos lo ?fundidores? que, lamentablemente, hasta hoy perduran. También hubo guasos harto apegados a los cueros, como tienen que haber habido muchos gauchos livianos de mano.

Todo esto es para tratar de establecer como un factor medioambiental, la influencia del hombre, puede ir influyendo en la evolución genética del caballo que posee. No olvidemos el aserto de Ch. de Sourdeval en su obra Le Cheval de Race, Ancien et Moderne; donde dice más o menos así: ?El caballo no es más que la imagen del hombre que lo forma.? Esto me trae a la memoria un dicho muy usado por don Leute, que cuando ve un caballo poco acondutao, reflexiona: "Nu'ay animal que no se parezca a su dueño".

Como conclusión vamos estableciendo que, si a una población de caballos se les traslada de su ambiente de origen a uno nuevo, caso de los mesteños y baguales, y se les deja procrearse bajo la sola influencia del medio natural, lo más probable es que, por equilibrio con el nuevo medio se produzcan algunas variaciones en sus características. Predominara la selección Darwiniana, la sobrevivencia de los más aptos. Pero sólo con respecto a sus posibilidades de sobrevivencia bajo la presión de los factores medioambientales naturales. La docta naturaleza es la única que marca sus influencias.

Pero si a otra población, del mismo origen inicial que la anterior, también se la lleva a un nuevo medio, con características naturales propias, la variación se verá influenciada por esas otras características y, como resultado, a la larga, podemos desde un mismo inicio original, llegar a dos poblaciones caballares con diferencias, en su fisiología, en su carácter, en su morfología, etc., pero todas inducidas sólo por factores ambientales naturales.

Si a una tercera población, del mismo origen, también la trasladamos a otro ambiente natural distinto, incluso con menos bondades para la sobrevivencia de la especie, pero, sí, con un gran pero, le agregamos la voluntad humana, la influencia del hombre, es muy probable que esa población sea, no sólo capaz de prosperar en un medio naturalmente limitado en origen, si no que, produzca un caballo mucho más útil para el hombre que lo cría. Es decir este factor ambiental suplementario, desde el punto de vista del caballo, sea más determinante que todos los otros factores naturales en el resultado final. En el caballo que resulta. Posiblemente será un caballo menos rústico, pero, también, lo más probable, es que sea un caballo mucho más útil. Claro, no para la naturaleza, a la que esto de la utilidad le debe importar un comino, pero sí para quién lo forma, de acuerdo a sus necesidades, el hombre.

Ahora, convengamos que no podemos catalogar al factor humano, en cuanto a factor de selección, simplemente como antinatural. El hombre es parte de la naturaleza y, a estas alturas, si bien puede ser un factor alterante en el atávico devenir de la evolución de una especie, si actúa con inteligencia, si usa su gran diferencia con respecto al resto de los seres vivos, puede, que se transforme en un factor coadyuvante, complementario y acelerador, para que una población de cualquier especie animal, en este caso el caballo, logre ciertas características que, si bien pueden no ser de importancia en la vida natural de la especie, sí son importantes para que esa especie, la caballar, se transforme en compañero, herramienta, elemento de ocio, o como queramos llamarle, del mismo hombre.

Lo otro que hay que dejar en claro es que, la selección inducida hecha por el hombre, aunque tenga algún viso de no ser la absolutamente natural, la propia del mundo salvaje, sí, y claramente sí, se traspasa al código genético de esos seres. Por lo que la descendencia que venga, esas características seleccionadas o incorporadas, las va a mostrar como parte integrante de su natural. Les van a pasar a ser partes de su todo. Así un caballo Hackney, va a trotar como caballo Hackney desde su nacimiento, un Tennessee Walking desde potrillo va a caminar con el maslo levantado y alzando sus remos delanteros, un Purasangre va a correr rápido desde que se pare al lado de su madre y, un Percherón, un Belga Ardennais o un Clydesdale, Shire o Suffolk, van a ser maceteados desde que ven la luz en este mundo. ¿Por qué? Porque la selección inducida por el factor hombre se los ?metió? o incorporó en su código genético. ¿Cómo? A fuerza de pura selección.

Entonces, si nos volvemos a situar cronológicamente por allá por los 1850, también tendríamos que concluir que a esas alturas ya existía una selección diferenciada entre el caballo pampeano y el caballo andino. La friolera de trescientos años de selección, lo que sin ser tanto, no deja de ser. "Ya es un algo como p'a tenelo en cuenta", como diría on Leute.

Además, convengamos que el medio pampeano es mucho más uniforme que el medio andino. Por lo tanto, entre la pampa argentina, la uruguaya y la riograndense las diferencias son harto menores que las que existen entre las serranías cuyanas, chilenas o peruanas, si no queremos incluir a las bolivianas, ecuatorianas y colombianas. Entre todas, aparece como que entre las únicas en que pudo existir un desarrollo de un caballo relativamente parecido, pudo haber sido entre Cuyo y Chile, considerando a Chile como el territorio entre Illapel y el Maule. Como bien lo dice don Uldaricio Prado, al sur del Maule se desarrollo un caballo que era un intermedio entre el caballo de la zona central y el caballo del sur, el de las etnias mapuches. Caballo este último, del que probablemente se pobló, al menos en gran parte, todo el sector de la pampa austral habitada por las tribus mapuches al otro lado de la cordillera. De todos modos, habrá que hacer otra precisión al respecto, pero más adelante.

Volviendo al punto que dejamos atrás. Desde más menos 1850, comienza la importación, primero básicamente de padrillos, de las más diversas razas europeas. Es decir se importaba la pura sábana de arriba, la que lleva esas iniciales y bordados de adorno tan típicos. La sábana de abajo, la que no se ve, la simple, tuvo que ser el yegüerío del país. Y las mejores yeguas seguramente fueron llevadas a casorios con los príncipes extranjeros. Tal vez aquí se produjo una perdida de considerable cantidad de los genes concentrados en los tres siglos de selección inducida.

Llegaron los tiempos en que en el paseo dominical vestía mucho mejor ir en un coche tirado por Hackneys, aunque fueran media o tres cuartos de sangre, que por un tiro de briosas yeguas del país. Claro, éstas nunca habían sido seleccionadas para trotar braceando, así que, simplemente no podían competir.

Bueno, la moda no incomoda, aunque implicara la destrucción de un patrimonio ya en vías de consolidarse. Así, por La Pampilla, por el Campo de Marte o por el Paseo Cousiño, era lo más común observar las evoluciones de los Break, los Landau, los Phaeton o Mail Coach o Cabriolé con tiros de dos o cuatro alazanes braceadores guiados por mozos de impecables uniformes, europeos por supuesto. En los coches, los caballeros de levita y sombreros de copa, las señoras con vestidos de telas llegadas de Londres o de Paris, con sombreros propios de la realeza inglesa. Los caballeritos, de perita en punta y atusado mostacho, mirando a las damiselas que, entre las alas del sombrero y el abanico extendido dejaban pasar las miradas, escudriñando sus posibles presas para el matrimonio.

Mientras tanto, en los campos las viejas manadas de yeguas trilladoras eran desplazadas de esa "gimnástica funcional" al decir de don Uldaricio, por los monstruos mecánicos de reciente importación, que tragaban atados y gavillas con una voracidad de ogros. Los pitos de los Locomoviles que movían las trilladoras espantaron al caballito chileno y lo hicieron ir a esconderse a los más recónditos rincones del territorio nacional. Allí donde el hombre también había sido improntado por trescientos años de selección y había adquirido una forma de vivir y de mirar la vida en la que, las modas europeas no le cuadraban, no le caían bien al ojo. Eran los retrógrados, a los que les costaba asimilar, o de frentón no aceptaban, los cambios tan violentos en las formas y en los modos. Por suerte entre esos retrógrados o tradicionalistas iba a encontrar refugio lo que quedó del caballo con ya trescientos años de selección inducida, para ser útil.

En esto, y lo ampliaremos más adelante, cabe convenir que cuando esos románticos o tradicionalistas se decidieron a rescatar al "caballo del país" no tuvieron por motivación principal el rescate de algo bello, de una forma que causara admiración de solo verla, parada, estática. No, claramente y está debidamente establecido que, el leit motiv de esos caballeros fue salvar al caballo chileno por su utilidad, por ser algo que servía para mirarlo en acción, no para verlo como una estatua que fuera tributo a la belleza de las formas. Es que no podía serlo. El caballo chileno nunca fue un modelo de belleza. Valía pero por otra razón. ¿Porqué? Por qué a pesar de sus ancas de punzón y sus corvas acodadas, pero con su gran amplitud torácica, era dueño de una gran capacidad para el trabajo, de una gran resistencia, de una gran agilidad, muy rustico, muy sobrio y muy manso. Y tenía ya trescientos años de selección inducida. ¿Se podría pedir más para convencerse que tenía valor, que era útil?

Arturo Lavín Acevedo, Cauquenes del Maule, julio del 2011.

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