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Rebuscando la punta'e l'ebra X

Revise la columna de opinión de Arturo Lavín.
Autor:

Por Arturo Lavín Acevedo alacolemu@hotmail.com

Tirando raya pa’la suma, de los 155 cristianos que entraron a Chile, ya nos van quedando 153 y de los 108 caballos iniciales, quedaban 107. Estos fueron los que llegaron al valle de Mapocho donde se estableció el campamento a orillas del cerro Huelén. Desde ahí Valdivia hizo correr la tierra a diferentes escuadrones para demostrar su poderío a las tribus que en ese valle habitaban. También les mandó lenguaraces para que los caciques se avinieran a servir a las huestes castellanas, en lo que no le fue muy bien. El más reacio fue Michimalongo.

En la primera batalla contra las huestes de Michimalongo, que había levantado en armas a todo su territorio, los españoles mataron trescientos cincuenta indios y los indios mataron a un español e hirieron a veinte. Rendido el cacique se comprometió a servir a los españoles y los proveyó de maíz y algunas ovejas. Estas ovejas no eran tales, si no que camelidos autóctonos, tal vez guanacos, a los que los indios llamaban “hueques” o “pacos”. Posteriormente, una vez llegados los ovinos europeos al país, los naturales los diferenciaban diciéndoles a las ovejas, ovejas de Castilla, y a las ovejas de la tierra, los camelidos autóctonos, los llamaban “chili hueques”. Alcancé en mi infancia a escuchar de los más viejos, cuando alguien se sentía medio enfermón o con dibilidad, que le recomendaran tomarse un “caldito de castilla”. No era otra cosa que una sopita hecha con fiambre y huesos de cordero. Después los cirujanos determinaron que el cordero era muy pesado y compareció el “caldito di’ave”. El que ahora gracias a los pollos broilers, viene siendo casi lo mismo que tragar estopa, por lo enjundiosos y sabrosos que son. Van quedando 154 españoles.

Mientras Valdivia andaba revisando unas minas de oro que, Michimalongo, después de la tunda que le habían dado, le había confiado su existencia, las de Marga-Marga, y estando su capitán Alonso de Monroy en la ciudad, que como ya dijimos no pasaba de campamento, se notició que varios de los antiguos compañeros de Almagro se habían conjurado para matar a Valdivia. Llegado el chasqui con la carta después de trece horas de carrera, había dieciséis leguas de distancia, dejó Valdivia a sus compañeros muy advertidos que se cuidasen de los indios y volvió con seis a todo galope hacia Santiago. Hizo las pesquisas necesarias y se encontró con la sorpresa que eran muchos los conjurados, los que pensaban que una vez muerto Valdivia ellos se podrían volver al Perú en el barco que se construía y con el oro que se sacaba. Por no disminuir mucho sus tropas, condeno a morir a los cuatro que encontró más culpables, tres en la horca y decapitaron en su prisión a Martin de Solier quien por ser hijodalgo no podía ser expuesto a los pataleos de la horca, si no que bien morir por filo de espada. Perdonó a dos que se salvaron jabonados “y con esto se asosegaron los demás.” Nos van quedando 149 cristianos.

Mientras tanto, para llevar al Perú el oro que se estaba sacando de las minas, muy cerca de ellas, en Concón, había puesto a varios españoles a construir un bergantín mientras cientos de indios lavaban las arenas. Cuando tuvo que volver a matacaballos a la ciudad, dejó al cuidado de las faenas a quince españoles bajo las órdenes de Gonzalo delos Ríos. “Viendo Michimalongo que los cristianos que habían quedado ahí eran pocos y el aparejo para matallos bueno, luego acometieron a hora de vísperas, aunque pelearon hasta la noche y mataron a todos los españoles que no se escaparon sino dos que, con la oscuridad de la noche, huyeron.”

En este punto, don Francisco Antonio difiere un poco el relato: “Los caciques Tangalongo y Chigaimanga aprovecharon la ausencia de Valdivia y el debilitamiento de la guarnición para caer sobre la faena. Quemaron el bergantín y mataron a doce o trece españoles, a varios esclavos negros que trabajaban como carpinteros y a numerosos yanaconas. Gonzalo de los Ríos y el negro horro, Juan Valiente, escaparon a uña de caballo.”

Aquí dentramos en las imprecisiones de la historia, las que no son muy fáciles de solucionar. Se sabe con certeza que en la faena minera trabajaban mayoritariamente los indios yanaconas, varios centenares. Estos eran dirigidos por dos españoles mineros de profesión,Pedro deHerrera y Diego Delgado. Para resguardar las faenas se colocó un destacamento de quince soldados a las órdenes deGonzalo delos Ríos, antecesorde doña Catalina,la famosa Quintrala. Enla construcción de la nao, se utilizó a los yanaconas traídos del Perú y a numerosos naturales, dirigidos por doce españoles que se hizo venir desde Santiago.

Si corremos suma, dos más quince más doce, vienen siendo veintinueve, menos los seis con que Valdivia se volvió a Santiago, nos quedarían veintitrés, menos los trece muertos nos tendrían que quedar diez y resulta que se salvaron solo dos. La única explicación es que algunos, ocho a lo menos, hayan tenido doble función, maestro y soldao, como el chileno que se iba a originar, pa’too güeno. Bien se dice que lo que se hereda no se hurta. Lo que no se dice es si los indios mataron caballos o se los arrebataron a los castellanos. De ser esta última la situación, debieron terminar de asados ya que a los indios del norte nunca les dio por ser jinetes y, en ese momento, aún ni se lo deben haber imaginado como posibilidad.

El asunto es que de los 149 que nos iban quedando, ahora sólo quedaban 136. Los que tendrían que arreglárselas para sobrevivir en un territorio infestado de indígenas en armas. Linda tarea. Lo único que los favorecía, era la posesión de caballos, lo que les permitía trasladarse de lugar a lugar mucho más rápido y, en las batallas, fuera de las armas de metal, montaban en verdaderos tanques de bolsillo. Un caballo a todo galope dejaba el tendal de indios.

Ya nos referimos en parte al primer alzamiento general y a la casi destrucción de La incipiente ciudad de Santiago. Para esto, Michimalongo alzó en armas a diez mil indios del valle de Aconcagua, Quilacanta que estaba preso, a su vez por medio de mensajeros, a dieciséis mil del valle de Mapocho y, entre ellos, a los Picones. Además, supo Valdivia que, a las riberas del Cachapoal, se habían juntado toda la gente de guerra de la provincia de los Pormocaes. Antes que toda esta leva se juntara y los hicieran polvo, Valdivia decidió acometer a los promaucaes del Cachapoal por ser los más numerosos y se dirigió a ellos con casi todo el contingente disponible. Quedaron custodiando Santiago, Alonso de Monroy al mando de treinta y dos jinetes y dieciocho arcabuceros. Esos cincuenta españoles, más algunos cientos de yanaconas traídos del Perú, tuvieron que soportar la arremetida de los varios miles de indios comandados por Michimalongo, quién apenas supo de la ausencia de Valdivia decidió el ataque.

En medio del fragor del combate, cuando Monroy supo que los indios se habían adentrado en la ciudad prendiendo fuego, con brasas que llevaban en olletas de greda, incluso a la casa del gobernador donde tenían presos a varios caciques, dice Bibar lo siguiente:

“Cuando allegó a la puerta de la casa, salió una dueña que en casa del general estaba, que con él había venido sirviéndole del Pirú, llamada Inés Juarez, natural de Málaga. Como sabía, reconociendo lo que cualquier buen capitán podía reconocer, echó mano a una espada y dio estocadas a los dichos caciques, temiendo el daño que se recrecía si aquellos caciques se soltaban. A la hora que él entraba, salió esta dueña honrada con la espada ensangrentada, diciendo a los indios: “¡Afuera auncaes!” que quiere decir: “traidores, que ya yo he muerto a vuestros señores y caciques,” diciéndoles que lo mismo haría a ellos y, mostrándoles la espada, los indios no le osaban tirar flecha ninguna porque les había mandado Michimalongo la tomasen viva y se la llevasen.”

Contenida la indiada y ya casi oscuro, los españoles persiguieron y mataron a los que se decidían a arrancar por campo abierto. Bibar así describe la situación: “Prendiéronse muchos y, preguntándoles porqué huían tan temerosos, respondían porque un Viracocha viejo en un caballo blanco, vestido de plata con una espada en la mano, los atemorizaba y que, por miedo a este cristiano, huyeron. Entendido los españoles tan gran milagro, dieron muchas gracias a Nuestro Señor y al Bienaventurado Apóstol Señor Santiago, Patrón y Luz de España.”

En esta batalla murieron ochocientos indios, y los indios mataron dos españoles y catorce caballos. Irían quedando 134 españoles y 93 caballos, si es que no murieron o se perdieron algunos en Concón, y suponiendo que ninguno se había muerto porque sí no más.

Hay otra parte del relato de Bibar que no se puede saltar: “El maíz que se sembró se buscó y sacó con gran trabajo de donde los indios enterrado lo tenían, porque el maíz y gallinas y puercos que tenían con la mísera ropa se quemó cuando la ciudad, que no se salvó sino lo que traían vestido y armado y un poco de trigo que había hasta la cuarta parte de un celemín. Escaparon dos cochinas y un cochino y un pollo y una polla y una gallina, que fue la multiplicadora y sacadora de todos los pollos, de suerte que le llamaron “Madre Eva”.

Ya vimos como mandó Valdivia a Alonso de Monroy en busca de auxilios al Perú. Dotándolos de casi todo lo que les quedaba y de los seis mejores caballos. “Salieron de la ciudad de Santiago para el Pirú por tierra a veinte y seis de diciembre del año de nuestra salud de mil quinientos y cuarenta y un años.”

En el valle de Copiapó se toparon con indios que les dijeron que con ellos vivía un español llamado Francisco Gasco. Fueron a verlo y supieron que llevaba nueve meses prisionero. Les solicitó que enviasen un caballo y mensajeros al cacique, el que solo deseaba ver a un capitán para salirles de paz. Estuvieron algunos días retenidos pero con tremendas ganas de mandarse a cambiar, por cumplir su misión y porque los indios no les daban confianza. Al final los embrollaron y en un descuido mataron a cuatro españoles y Monroy y otro compañero,Pedro deMiranda, lograron abrirse paso a duras penas. Anduvieron perdidos tres días y muertos de sed y hambre y con los caballos muy heridos. Los indios los recapturaron y se los llevaron con ellos. Estuvieron en esta prisión por tres meses, hasta que un día concertados ambos, atacaron al cacique de improviso y lograron rescatar sus espadas y a mandoble y tajo lograron hacer huir al grupo de indios que los custodiaban.

El español que habían encontrado, no los quiso acompañar por ser el viaje imposible. Les recomendaba que se volvieran al Mapocho.Pedro deMiranda, natural de las montañas, había escondido clavos, martillo y herraduras, lo que les permitió llegar al Perú casi muertos de hambre y cruzando los sitios poblados por indios en la penumbra de las noches, lo que les hacía más difícil y lento el viaje. Lograron llegar al Cuzco el 23 de septiembre de 1542, a casi nueve meses de haber partido. Una vez en el Perú, se dedicaron a tratar de encontrar recursos, ya que los indios los habían despojado de todo. Hay que descontar otros cuatro cristianos y otros cuatro caballos más.

Entretanto, en continuas escaramuzas con los indios, tanto del norte, Aconcagua, como del sur, Cachapoal, los españoles lograban sobrevivir sin más pérdidas, pero en constante vigilia, que en ello les iba la vida. Elveintisiete de mayo de 1542, volviendo de una campeada a un pueblo de indios llamado La Juntura en las orillas del río Maipo, se desató una tormenta que casi impide la vuelta de la expedición a Santiago. De todas maneras se les desapareció un español: “La oscuridad y el furioso aire, les arrebató un español que nunca más se pudo hallar ni vivo ni muerto.” Otro menos.

En septiembre de 1543 llegaba el auxilio que desde Villaviciosa en Arequipa y por mar había mandado Lucas Martínez Vegaso con García de Villalón. Con él vinieron seis o siete españoles. También trajeron la noticia que Monroy venía por tierra con sesenta de a caballo. No se sabe si llegaron algunos nuevos pobladores, aparentemente no. Caballos no trajeron ninguno.

“Pasados dos meses en lo que habemos dicho, mandó el general apercibir y salir el caudillo que había traído preso al cacique Cataloe, por ser hombre de mucha diligencia que fuese a saber si venía Monroy y los españoles,… … y reposaron veinte días, los primeros del mes de diciembre del año de mil quinientos y cuarenta y tres. En ese día llegó Alonso de Monroy con sesenta hombres muy fatigados, que había ocho días que no comían más de cerrajas.” “Fue tanto el placer y alegría de todos que no pudo ser más.” “A este recibimiento se mató el primer puerco que hasta aquí no se había muerto ninguno.”

Saquemos las cuentas. Iban quedando 129 cristianos y 92 caballos. En cuanto a los cristianos, Encina citando a Thayer Ojeda, dice que sólo quedaban 118 españoles, por la muerte de 31 o 32 de los 150 originales. Usea que, con los refuerzos llegados subió la población a 196 o a 185 y los caballos de montura a 152, los que podrían ser unos pocos más si alguna yegua hubiese parido en el primer año. Ya la o las crías tendrían más de tres años y podrían haber sido amansadas.

Vuelvo a repetir, puede que todo esto escape a lo que debe saberse para ser un criador actual de caballos chilenos, pero creo que no hace daño, más bien, el saber como fue el establecimiento del noble bruto en nuestro actual país, y el porqué tiene la vitela que tiene. Se la ganó día a día desde el mesmo comienzo y a punta de puro rigor.

Arturo Lavín Acevedo, Cauquenes del Maule, agosto del 2011.

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