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Anuario 1966: Los caballos de Rugendas

Fotos: Anuario 1966 de la Asociación de Criadores de Caballares
Revisa este artículo sobre el famoso pintor alemán, escrito por Tomás Lago.

En el Anuario de 1966 de la Asociación de Criadores de Caballares se publicó un artículo dedicado al famoso pintor alemán Juan Mauricio Rugendas, escrito por Tomás Lago.

Revisa la transcripción de la nota titulada "Los caballos de Rugendas":

UN PINTOR ALEMAN AMIGO DE CHILE

Cada vez que deseamos saber cómo era la vida en nuestra patria, a comienzos del siglo pasado, necesariamente debemos recurrir a los grabados y dibujos del pintor Juan Mauricio Rugendas, con más frecuencia que a otros testimonios. Y es que él se hizo notar por su espíritu de observación al describir la vida chilena. Podríamos decir, además, que sus dibujos tienen una cualidad particular, y es la buena voluntad de sus observaciones. Libros de viaje, ilustrados, hay muchos, de la misma época, pero los del pintor alemán se destacan por la transcripción fiel y cálida de una realidad mirada con ojos amigos. Puede decirse que él agregó a su trabajo de ilustrador un sentimiento de afecto personal hacia los chilenos, donde había conquistado amistades que apreciaba sinceramente.

Por eso, cuando queremos saber cómo vivían los habitantes de nuestras ciudades, cuál era el estilo de sus casas, el estado de los caminos, cómo se movilizaban los viajeros que venían de Valparaíso a Santiago, tener idea de los usos sociales, debemos recurrir a las estampas trazadas por su mano.

Para entender la importancia de su obra debemos tener en cuenta que a comienzos del siglo pasado no existían como hoy, la fotografía ni los medios mecánicos de impresión que tanto facilitan el arte descriptivo de los viajes. Sólo a mediados del siglo comenzaron a circular publicaciones ilustradas, de circulación internacional, bastante restringida por lo demás, donde se representaba por medio de dibujos lo que los viajeros habían encontrado en sus peregrinaciones por el mundo.

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Juan Mauricio Rugendas nació en Agsburgo, Bavaria, en 1802, haciendo en aquella ciudad sus primeros estudios. Aprendió dibujo con su padre, que era un artista conocido, pasando luego a Munich para seguir perfeccionando su oficio. Siendo muy joven, a los diecinueve años, fue contratado como dibujante por el jefe de una expedición científica que venía al Brasil, donde permaneció hasta 1825 tiempo que le permitió conocer ese país e interesarse para siempre en describir lo que veía en América, a fin de ilustrar publicaciones sobre etnografía y viajes. Esta primera experiencia determinó sus actividades futuras. A su regreso a Europa conoció a Humboldt, en París, quien se mostró vivamente interesado en su labor y lo estimuló a continuar en ella, lo que decidió en gran parte su propósito de de volver a América en la primera oportunidad. Así fue como, con muy pocos medios y algunas cartas de recomendación para ciertos compatriotas residentes, partió de nuevo, esta vez para México, en 1831, permaneciendo allí tres años, durante los cuales logró vivir de su trabajo de pintor y retratista, interesado como siempre en la vida de los habitantes del país, su naturaleza y sus costumbres.

Puede decirse que México satisfacía ampliamente sus gustos, pues encontró allí una atmósfera caldeada de aventuras con mucho color local, pueblos indígenas de diversos caracteres, ferias y mercados, y ricas ciudades donde vivían los criollos. Desgraciadamente, por sus vinculaciones con algunas personas empeñadas en derrocar al Gobierno central, se vio envuelto en la represión policial, siendo condenado a abandonar el país. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir ahora, para continuar en sus trabajos de ilustrador de la etnografía americana que se había propuesto llevar a cabo?

En esta emergencia algunos amigos le hablaron de pasar a Chile, un país distante, el último rincón del mundo, conocido por el pueblo araucano que allí tenía su territorio, famoso por su amor a la libertad, y en cuyos valles se habían organizado los ejércitos que liberaron a América del dominio español. Pues, en el puerto de Manzanillo tomó un barco con rumbo a Valparaíso, donde llegó a mediados de 1834. Ahora bien, su estada aquí duró mucho más tiempo de lo que él pensó jamás. Con algunas breves ausencias hacia Argentina, Perú y Bolivia, se quedó hasta principios de 1845, realizando durante esos años una labor artística que abarca todos los aspectos de la vida nacional de esa época y constituye un verdadero tesoro de información directa sobre Chile, fuente inagotable para historiadores y estudiosos. A su regreso a Alemania, en 1847, solamente a los archivos de la Casa Real de Baviera vendió cerca de tres mil dibujos, acuarelas y óleos sobre nuestro país.

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A medida que el tiempo transcurre, sus observaciones conservadas en aquellos trabajos son cada vez más preciosas para quienes quieren conocer los caracteres sociales de este período. Se trata de testimonios visuales del más grande interés, por la cantidad de aspectos fijados por el artista en esas telas y cartones. Muchos viajeros pasaron por nuestro país y describieron la realidad que les tocó palpar, pero escasamente dejaron una representación objetiva tan rica y valiosa. Por eso, para conocer esa realidad en todas sus circunstancias, como eran los puentes y caminos, las casas de las aldeas, como se vestían los campesinos, las mujeres de las ciudades, cuál era el equipo de un jinete en los variados incidentes de la vida cotidiana, es necesario ver sus dibujos y cuadros, pues allí está toda la minucia de los detalles más elocuentes. En Argentina, por donde pasó a su regreso a Europa, en 1845, se estudian hoy las formas de los caballos dibujados por Rugendas para fijar laos rasgos más típicos de las castas nacionales, de manera que los criadores del caballo criollo –considerado éste muy resistente para largos viajes por la pampa- tienen como prototipo de perfección a los que se asemejan a los diseñados por el artista alemán.

En Chile, con mayor razón podría hacerse lo mismo, pues sus figuraciones ecuestres abundan. Era el medio de transporte más común y las condiciones del animal de silla del país estaban bien definidas. El mismo era un jinete sobresaliente y un buen conocedor de avíos y caballadas. En los múltiples esbozos y croquis autobiográficos, a que era tan aficionado, se presenta él mismo con el equipo característico, a horcajadas sobre la montura de ciudad, como también sobre la enjalma, más amplia, para largos recorridos. Todos los detalles de su atalaje son correspondientes al estilo nacional; con la montura el rendaje, freno de barbada, espuelas de rodaja grande, estribos redondeados de madera tallada. Y la indumentaria: chaqueta corta, manta mediana de medio cuerpo, magas de lana de color para las piernas, atadas bajo la rodilla, etc. Como curiosidad puede anotarse que en lugar del sombrero más usado en ese tiempo –de alas amplias o el bonete maulino-, Rugendas aparece a veces llevando una especie de casco ovalado, como el cucalón que puso en boga la guerra de los boers, a fines del siglo.

Ahora bien, el caballo chileno aparece en esas figuraciones en todos sus caracteres más típicos, cabeza chica, pecho fuerte, anca un poco caída, remos finos, desde el popular aguililla hasta el elegante caballo braceador. Y es que como nadie, él supo aprovechar las cualidades extraordinarias de este animal de selección, ya que sobre sus lomos anduvo por caminos y difíciles derroteros desde Copiapó hasta Villarrica, pasó la Cordillera de los Andes y llegó hasta San Luis, en cuyas inmediaciones sufrió un grave accidente, alcanzado por un rayo desde una tempestad eléctrica, que le dejó una cicatriz indeleble en la cara.

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De regreso en Europa más de una vez en escritos y en su correspondencia privada, recordó, como los mejores de su vida, los años pasados en nuestra patria, cuando, montado sobre un nervioso y ágil caballo chileno, se internaba por los vericuetos de los valles, respirando el aire puro y libre de la naturaleza.

El objeto de su viaje había sido dar a la publicidad, en grabados impresos, acompañados de un texto, todo el fruto de su trabajo como ilustrador de la etnología americana. Por circunstancias desfavorables, a su vuelta en Europa no logró su propósito y sólo pudo vender sus carpetas de trabajo a la Casa de Baviera.

Murió Juan Mauricio Rugendas, el 19 de mayo de 1858, en la ciudad de Weilheim an der Teck, de Wurttemberg, dejando alrededor de su nombre una estela luminosa que lo vincula especialmente a nuestra tierra, que él conoció en muchos aspectos ya desaparecidos, con gentes y costumbres que amó y que ya se fueron, pero que aún sobreviven en los cuadros, dibujos y croquis trazados por su mano. Por eso, la deuda de Chile con este artista es grande. Para comprender en toda su dimensión lo que le debemos, ojalá que alguna vez podamos recuperar, para el tesoro artístico nacional, una parte solamente, de esa obra ingente, tan valiosa, referente a Chile, que hoy guardan las pinacotecas de Alemania.

ALGO SOBRE EL AUTOR

TOMAS LAGO. Director del Museo de Arte Popular de la Universidad de Chile. Notable investigador. Profesor. Escritor. Verdadero orfebre del folklore. Títulos más que suficientes para destacar una vida ponderable.

Autor de "El Huaso". Ensayo de antropología social, libro que, junto a la obra de don Uldaricio Prado, "El Caballo Chileno", constituyen los esfuerzos más importantes para la valoración auténtica del huaso.

Lago, además, ha escrito múltiples ensayos sobre el folklore. Y un libro que constituye un acucioso estudio sobre el célebre pintor alemán Juan Mauricio Rugendas.

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