Anuario de 2000: Historias de Campo
En el Anuario de 2000 de la Federación del Rodeo Chileno fue publicado este artículo titulado "Historias de Campo", escrito por Guillermo Trivelli Tromben.
Revisa la transcripción de la nota:
Historias de Campo
Por Guillermo Trivelli Tromben
Presidente Asociación Santiago
PRÓLOGO
Me he permitido escribir estas líneas con el interés fundamental de contarle a la gente de la ciudad y a la juventud que hoy practica y vive el Rodeo, las tradiciones, costumbres, y sobre todo la filosofía del hombre de campo, ese que sabe disfrutar de las cosas simples de la vida, al vivir en contacto con la naturaleza.
No puedo decir que vivir apegado a la tierra sea en la actualidad poco atractivo, pero los cambios que ha traído el mundo moderno, lo hacen menos entretenido. Las actividades diarias de hoy, nos hacen permanecer junto a una calculadora, un celular o un computador, horas que antes se pasaban en los potreros junto a las siembras o el ganado, con la gente criolla y auténtica de nuestra tierra. Esta es la razón, por la que conozco más de alguna historia o chascarro de nuestros antiguos hombres de campo.
Dejo desde ya establecido, para los que no me conocen, que mi intención no es un buscar un papel protagónico dentro del rodeo, lo que no va con mi forma de ser. Solamente deseo aportar a este deporte que quiero mucho, hoy más competitivo y un tanto alejado de las antiguas tradiciones de fiesta, camaradería y picardía; para que sus nuevos cultores sepan de aquellos que lo hemos practicado toda la vida, incluso por tradición familiar, habiéndole dedicado mucho tiempo y sacrificio, pero recibiendo a cambio una que otra satisfacción y valiosas amistades. Aquí va esta "Historia de Campo".
EL REBAÑO DE DON CARLOS
Fue a fines de la década del 60, cuando empecé a trabajar en el fundo Quilapilún de la comuna de Colina, donde actualmente vivo, habiendo pertenecido éste a mi familia por largos años, por lo que me crié muy cerca del personaje que citaré a continuación.
Hasta esos años cada inquilino tenía derecho entre otras regalías, a un talaje para 40 cabras (en la práctica nunca eran menos de 80), lo que no importaba porque cuando en Colina llovía daba para todos. No nos olvidemos que en esos años el precio de carne alcanzaba para salirse de cualquier margen.
La cabra es un animal que tiene muchos depredadores (perro-zorro-puma). Era costumbre de la época sacar un perro de la camada y amamantarlo en una cabra antes que este abriera los ojos, de esta manera el canino pasaba a ser hijo adoptivo de los caprinos, dándole de mamar en la mañana a la largada del piño y en la tarde cuando volvía el rebaño a la majad, hasta una edad prudente en que fuese capaz de permanecer en el cerro, todo el día junto a la cabras. Cabe señalar que se buscaba un perro de ancestros más o menos corpulentos, ojalá con un rasgo de policial, para que con su presencia infundiera respeto a los depredadores.
Cuando el perro regresaba al atardecer, la jornada era retribuida por su amo, con una abundante batea de comida. Esa es la razón por la que se dice en el campo "Se puso la llena del perro pastor", refiriéndose a una persona que se invita a comer y lo hace en exceso, dándose por entendido que no ha comido en todo el día.
Como dije al empezar, el personaje que citaré en esta oportunidad es don Carlos Cuevas Rodríguez, tío de Chongo (Leonel Quintana Cuevas), mi compañero. Este hombre fue empleado de mi padre durante toda su vida, habiéndose desempeñado en todo tipo de trabajo agrícola, por nombrar sólo algunos: esquilador, capataz, carretero, chacarero, topógrafo aficionado, albañil, talabartero, etc., y como si esto fuera poco cuando terminaba sus labores agrícolas era poeta y cantor a lo divino.
Para muestra algunos de sus versos
Yo nací en Quilapilún
fundo del señor Trivelli
crecí entre caballos y bueyes
muy cerquita de Huechún
y Dios me dio esta virtud
de improvisar en cuartetas
trabajaba en la carreta
en las cosechas de trigo
cantaba con mis amigos
versos, tonadas y cuecas.
Los trabajos de la hacienda
poco a poco iban llegando
Cincuenta yuntas arando
cuando llegaba la siembra
Para nosotros era fiesta
cuando íbamos a arar
cual yunta me irán a dar
que no sean colorados
overos aquetelguados
me gustaría tocar.
Llegando la Primavera
se aproximaba el Rodeo
para expresarles yo creo
a esta gente moderna
había fiesta en la hacienda
era una gran celebración
inquilinos y patrón
cantaban con alegría
ya pasaron esos días
recuerdos con emoción.
Trabajé de chacarero
y también yo fui albañil
dispuesto para servir
también fui talabartero.
Arreglaba los aperos
cuando yo fui capataz
si me tocaba una laciá
cuando hacíamos el rodeo
porque mi lacito nuevo
aguantaba buenas tiras.
Después que había rodeo
se terminaba la farra
vamos guardando guitarras
que se acabó el recreo
aún nos quedaba un causeo
difícil de terminar
porque había que esquilar
más de cuatro mil ovejas
nadie andaba con quejas
toditos a trabajar.
Yo digo la despedía
por todos los que se fueron
por mis padres y mi abuelo
por el padrino y las tías
yo con ellos compartía
cuando se hacía una trilla
esto era una maravilla
cuando se trillaba a yeguas
rajao corriendo en lera
conquistando una chiquilla.
Habiendo mostrado algunos de sus versos, nos trasladamos a su chascarro.
Una tarde primavera, que volvía del cerro después de una larga jornada a caballo, me detuve para moverle la montura a la yegua y aprovechar de darle un resuello, a la sombra de un quillay. Fue en ese preciso momento cuando apareció en la loma un piño de cabras custodiadas por un pastor, que sin ponerme muy delicado lo encontré demasiado ordinario. Después de mirar la señal del piño saqué por conclusión que era el rebaño de don Carlos y luego de observarlos un rato vi que mi yegua estaba repuesta, la apreté y reanudé mi marcha, pensando en pasar a visitar al dueño de la cabrería, ya que en esas horas de la tarde él debía haber terminado sus labores en el fundo.
Efectivamente se encontraba en su huerta cavando un maíz choclero muy bonito y adelantado para la época. Luego de intercambiar saludos y hacer un breve comentario de lo que había sido su jornada y la mía, entramos en materia (el quiltro).
Con respeto hacia él, por ser una persona mayor y como dije antes por haberme criado a su lado, sin el ánimo de reprenderle, más bien de insinuarle le dije que cómo siendo él un hombre tan hábil y acampado, podía criar un pastor de esa calidad. En ese momento se detuvo de azadonear su maíz y respondiéndome de un modo que nunca supe si fue en serio o en broma, me contestó: "El trabajo de crianza no está perdido señor, porque si no me anda bien p'a pastor lo dejo p'a perro".