Turistea Diferente: Incluye una Cabalgata en tu próximo viaje

¿Sabías que existe una forma de turistear que combina aventura, naturaleza, conexión animal y ese toque de libertad que a veces tanto necesitamos? No, no hablo de rentar una bicicleta ni de subirse a esos carritos eléctricos de ciudad… ¡Hablo de cabalgar! Sí, sí… subirte a lomos de un buen caballo y recorrer tu destino vacacional desde otra perspectiva.

Y te lo digo por experiencia propia. En mi último viaje a España, decidí hacer algo diferente: todas las mañanas, antes de que la playa se llenara de turistas y sombrillas, me montaba en un imponente Pura Raza Español y salía a recorrer la costa. ¿Resultado? Energía renovada para el día, contacto con la naturaleza, conexión con el caballo… y, como bonus, ese solcito mañanero que tanto necesitamos para fabricar la codiciada vitamina D (¡ojo, que la C es la de la naranja, no la del sol, pero igual ambas son bienvenidas!).

Montar al amanecer tiene su magia. El aire aún fresco, la luz dorada que pinta el mar y la arena, y el sonido de las olas rompiendo suavemente… Pero lo que no me esperaba era el “tour” que debía hacer para llegar a la playa. Callejuelas, caminos rurales, carreteras con autos que pasaban con cara de sorpresa al ver a los caballos, y hasta túneles de esos bajitos donde casi tienes que abrazar la crin y hacerte invisible. Fue ahí donde recordé lo fundamental que es que el caballo esté tranquilo y bien entrenado. Nada de nervios en túneles, puentes o calles ruidosas. Los caballos perciben todo, y si uno está relajado, ellos también.

Una vez en la playa, viví algo que muchos no saben: los caballos se “marean” o mejor dicho, se desorientan al acercarse al agua. El vaivén de las olas, el reflejo del sol, la arena que se mueve… todo eso puede confundirlos si no están acostumbrados. Por eso es clave que, desde jóvenes, se les enseñe a meterse en riachuelos, lagunas o pequeños cursos de agua. Así, cuando llega el momento de pisar la orilla del mar, no hay dramas ni saltitos inesperados.

Y aquí les confieso algo: fue mi primera vez montando un Pura Raza Español de esos que te hacen sentir que estás a dos metros del suelo. Majestuoso, elegante, pero con carácter. Al principio, reconozco que lo miré y pensé “¿nos llevaremos bien?”. Pero bastaron unos minutos, unas caricias, y entender su paso amplio y poderoso para que la confianza se instalara entre los dos. Porque de eso se trata cabalgar: de confianza mutua. Tú te relajas, el caballo lo percibe. Tú te tensas, él también.

Ahora, no todo es romanticismo ecuestre. Hay algo que jamás podemos olvidar: la seguridad. Si decides agregar una cabalgata a tus vacaciones -y ojalá lo hagas-, asegúrate de contratar un centro certificado, que tenga guías expertos y caballos bien cuidados. Lleva siempre los implementos necesarios, casco incluido, y, por favor, no mientas sobre tus habilidades de jinete. Uno de los mayores causantes de accidentes es decir “sé montar” cuando lo único que has montado es el carrito del supermercado. Los caballos merecen respeto y tú también mereces disfrutar la experiencia de manera segura.

Así que, querido lector, aquí va mi invitación: en tu próximo viaje, atrévete a turistear de manera diferente. Cambia un ratito las zapatillas por unas botas, la cámara de fotos por las riendas, y mira el mundo desde la perspectiva de un caballo. No solo es divertido, es terapéutico, energizante y te regalará recuerdos que, créeme, van mucho más allá de una postal típica. Porque no hay mejor souvenir que una buena cabalgata al amanecer, con la brisa en la cara y el corazón galopando al ritmo de un noble corcel.

¿Nos vemos a caballo en tu próxima aventura?